martes, 18 de diciembre de 2007

Treinta y cinco minutos

Desesperanza, Hastío, Hartazgo, Desamparo. Quince minutos en un embotellamiento, y tan sólo a cinco de mi destino. Calor, Estupor, Rabia. ¿Qué demonios será, que ésto no avanza? Estoy en una curva. Sólo veo los reflejos metálicos de los coches por delante de mí y rostros iracundos, alienados por el retrovisor, A mi derecha, dentro de un BMW, un hombre jóven tipo ejecutivo da un sorbo a un café de Starbucks, dos minutos después se pica la nariz, saca un moco y baja la ventana para tratar de aventarlo, pero se le queda pegado en el dedo por mas intentos y fuerza que aplica al resortear su dedo índice. No le queda más remedio que embarrarlo en la portezuela. Me mira de reojo. Yo desvío la mirada a mi retrovisor. Se mete el dedo a la nariz. En la radio un estúpido bromea a su novia con que lo tienen secuestrado. La pobre llora desesperada, no tiene dinero para pagar. Uno, dos, tres, veinte sonidos de claxon en estereofónico. Le compro un Marlboro Rojo por dos pesos a la mujer que hace su agosto con los pasantes entorpecidos.

Avanzo. Siento un gran placer al hundir mi pie en el acelerador. Dura poco. Me detengo. Suena de nuevo el concierto desesperado de mi contingente, al que me uno. Toco todos los ritmos y frecuencias que se me ocurren, pasando por las mentadas de madre. Veo. Una mujer policia detiene el tránsito con un barril naranja de contención. El tripulante de vehiculo permanece inmóvil, mientras todos los demás nos desgañitamos en un frenesí acústico. Ya son veinticinco minutos. Cambio de estación: noticias; aparecieron dos agentes de aduanas decapitados cerca del aeropuerto. El estomago se me revuelve. Me cagan las noticias, los políticos, los jueces, los magistrados, los judiciales, los partidos, Elba Esther. Me sudan las manos, sostengo con mi mano izquerda el volante y veo palpitar mis arterias. Tiro la colilla del cigarro al cenicero. Bajo el espejo, mis ojos están irritados, me respiro sobre la mano. Huelo a alcohol, no aguanto la resaca.

Avanzo. Lo voy a lograr...¡voy a pasar! Me equivoco. Detienen al ejecutivo del moco frente a mí. Puedo escuchar mi encabronamiento en los latidos del corazón. No lo puedo creer, ya son treinta minutos. El mismo tiempo en el que recorrí diez kilómetros desde mi casa. Las dos mujeres policía platican recargadas en el barril, una masca chicle con la boca abierta, como tortillera. La otra, gorda, sostiene un recipiente de agua de dos litros a la mitad. Pinche gorda, ponte a hacer ejercicio. El claxon, mi voz. No lo dejo de tocar, me miran, y me hacen seña de callar. ¿Por qué me voy a callar chingá? ¡Tengo casi una puta hora esperando! Quitan el barril. ¡Al fín!
-Para a esta pinche vieja. Dice la autoridad.
-!Pinche vieja tu puta madre! Le grito.
-Nos tienen aquí atrapados. ¡Tenemos cosas que hacer! ¡Déjame pasar pinche gorda!
La gorda me mira. Da la vuelta hacia mí.
-Sus documentos.
-¿Que documentos? ¡Quiero pasar! ¡Ya!
Abro la guantera. Está el revolver que mi esposo me enseñó a usar. La vieja está distraída. Le voy a sacar un pedo.
-¡Que me dejes pasar! Le apunto.
Da dos pasos atrás, mueve la mano hacia la cintura.
Disparo. Una, Dos, Tres veces. Bajo del auto. La otra policía se quiere agachar, le disparo. Ya no escucho nada. Los que están esperando atras, dejan sus autos mudos, parecen estar congelados. Yo ya no pienso. Ya no recuerdo a donde iba. Ya no se a donde ir. Camino entre los coches en sentido contrario. Nadie se mueve. Nadie hace nada. La mujer de los cigarros corre. Un motociclista se aparta de mi camino. Suelto la pistola. Sigo caminando. Hace calor.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Jodorowsky y yo.

Es duro llegar a un aeropuerto precisamente de la nada, y llamar a la familia para encontrarte con que alguien aguarda impaciente para usar el teléfono en la terminal. Caminar por los largos pasillos marmóreos para encontrar los elevadores. Es curioso cuando usas un elevador para bajar. Sabemos por la ley de Murphy que cualquiera que sea el elevador que elijas para esperar inevitablemente llegará el otro primero. Tal cual, llega primero otro y entra un grupo heterogéneo, cuando sus puertas están a punto de sellarse decido presionar el botón y abordarlo, con la mirada desaprobatoria de los viajeros verticales. Lo peor, el elevador asciende. El interior tiene rayones profundos en sus paredes metálicas y los ascendientes usan gafetes. Me miran. Es un elevador de servicio. Me hacen sentir más extraño y alienado. Se abren las puertas. Es una hermosa área de restaurantes. Una cafetería terraza con mesas blancas cuyo soporte son pies humanos gigantes tan reales que se pueden oler.

Recuerdo que Alejandro Jodorowsky tiene un restaurante aquí. Siempre he tenido una gana arrebatada de conocerlo. Recuerdo muy bien algunas fotografías del lugar. Se desciende por un caracol invertido de siete pisos como en el infierno de Dante, las paredes iluminadas y blancas tienen relieves en espiral. Camino pensando cuáles serían los mejores encuadres para cine o fotografía. Se escucha música de jazz, y la atmósfera cambia; es un gran restaurante obscuro en maderas, sólo tres mesas se ocupan al fondo, pero hacen el suficiente bullicio como para que un ciego crea que está en un antro. Escucho la voz de Jodorowsky con su dulce acento chileno. Detiene su conversación y se levanta. Yo miro con curiosidad las paredes y los cuadros con escenas surrealistas que podrían bien ser de Carrington o Varo. El maestro, completamente vestido de negro se acerca a mí y me da la bienvenida. Cree que me envían para ser su discípulo. Me explica que soy el que más le ha gustado. Yo no salgo del asombro y del gusto. Pero, no he venido a eso. Estaba simplemente curioseando. Camino con él y come una ensalada mientras escucha mi breve curriculum. No vengo a esto, pero haría hasta lo imposible por que me aceptara.

Estamos en su casa platicando en un ático de techo en punta. Hay niños jugueteando por todas partes.
-Estás casado.
-¿Tienes o tuviste un baúl?
-Si, algún tiempo frente a la cama.
-¿Tienes una escopeta?
-En casa de mis padres hubo una, nunca la ví.
Después recordaría que sí, la ví y la usé.

Sentí un jaloneo pequeño. seguido por sacudidas horizontales que aumentan paulatinamente. Los niños por primera vez dejan de gritar, se detienen asombrados de que el mundo se mueva bajos sus pies. El movimiento es cada vez mayor, los niños huyen escaleras abajo. Pierdo de vista a Jodorowsky. La pintura cae dejando desnudo el cemento estructural. Uno nunca sabe dónde esconderse en estos momentos, todos los consejos se agolpan en la frente y son tan contradictorios, debajo de una mesa, bajo el marco de una puerta, junto a la ventana, etc. El sismo no cesa, el inmueble se tambalea tanto que me tengo que sostener del marco de una ventana; la pared gira casi en noventa grados y se convierte en techo. Soy afortunado y puedo salir por esa ventana antes de la destrucción. Caigo en un jardín común, un hombre corre en ropa interior. Hay desperdigados cables eléctricos chispeantes retorciéndose. Todo es tan confuso. Sólo faltaría que me agarrara la corriente. Me acomodo en una esquina a esperar. Pasan dos perros callejeros entre los cables y los despojos. A uno de ellos lo alcanza una descarga que lo fulmina. El cielo es intensamente azul.

Despierto.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Pookie

Soy una mujer muy feliz. Exitosa, tengo una hija adolescente bastante madurita para su edad, y no tengo que lidiar con su padre, porque está mucho mejor que muerto: casado y viviendo en Australia. Soy dueña de una distribuidora internacional de perfumes y cosméticos y no dejo un mes por menos de dos millones de pesos, bueno, me lo dejó el difunto. Por cierto que me chocan, puras cosas de chachas. Con lo de un Arpége aún comprado en Sephora, me compraría diez "Divine" Permex; se rompió la cabeza con el nombrecito. Pero bueno, regalos no me faltan para las misses en navidad. Me encanta desayunar huevos benedictinos en la casa del Lago todos los miércoles después del polo en el campo Marte. Los jueves en la temprano me voy a San Diego para pasar el fin de semana y regreso el domingo en la tarde. Antes me encantaba ir de shopping a Fashion Valley, pero ya me da flojera, te encuentras las mismitas tiendas en Mazaryk y a veces hasta más barato. Mis días de más trabajo son los lunes y los martes, me revientan porque tengo que firmar nómina y cheques de proveedores, pero bueno hay que hacer algún sacrificio en la vida siempre y cuando sea con un Latte de Starbucks en la mano. Me choca ir a la planta, me da tristeza ver a las empleadas tan desaliñadas, hasta ganas me dan de darles algún incentivo o algo a las pobrecitas, pero siempre me sale algo más importante que resolver. Ando tan a las carreras, algún día.

Me compré un pent house divino justo frente al auditorio nacional, me salió como lumbre, y eso que una amiga del sindicato me echó la mano con el arquitecto para hacerme un descuentito, el cabrón me dijo que lo dejó al costo. Aquí entre nos, me encantan los casados, no te piden nada, no son celosos y se dan sus desaparecidas de vez en cuando para cumplirles a sus amorcitos. Creo me funcionó más darle bambú que las influencias de mis amigas, además, ya me hacía falta desestresarme. Estoy en el piso 17 con una terraza preciosa hacia chapultepec, que se realza con una copita de Chablis y Rossana cantando "A fuego lento" Un espejo piso-techo le da doble amplitud a la terraza, me recuerda que tengo que ir a Rodeo Drive y hacerme unos retoquitos de botox y darme un "tan mediterrané". Ni que necesite el botox, eh?? Tengo 36 pero me aterran las arrugas y los viejos.

Se murió el papá de una amiga paisana del Francés, me choca ir a saludar y hacerme la dolida. Don Joseph era muy buena gente conmigo aunque le llevara tan tarde a Sarita y una que otra vez no regresó, me la llevaba al Baby con mis amigos. Se ponía transparente la pobre del miedo que la castigaran. No hay como tres copitas de vino y una línea para armarse de valor. La pobre se siguió con la fiesta y cayó primero en Monte Fénix y después como tres veces en Oceánica, era un dolor de cabeza para todos. Ahí estaba José el mayor que se casó con la más rica de la comunidad, Jaime el de enmedio, tremendo, andaba con todas judías o no y se tiraba a la que pudiera. Me consta, me hizo mujer en la secundaria. Estaba esperando a la idiota de Sarita a que saliera de bañarse. Llegó todo sudado del americano quitándose la camisa, me vio en la salita de televisión y se me acercó. Me acarició la barbilla y me cargó a su cuarto. Me tenía fascinada, todavía no se cómo, sin una sola palabra me dominó. No me volvió a dirigir la palabra. Fue lo máximo. Pregunté por Sarita la esperaban en un rato, estaba en un "rehab" de Houston cuando le dieron la noticia, mejor para mí, me da cosa.

Tengo un hurón, se llama Pookie. Un regalo que le hicieron a mi hija, al principio me daba asco. Correteaba por todo el parket y le gustaba resbalarse sobre su lomo. Le compramos una pelota de tennis y se la pasa horas mordisqueándola y lamiéndola. Me hace tan buena compañía. Siempre que camino descalza va persiguiendo mis dedos gordos dando gruñiditos, y mordisquea las uñas, yo creo que le dan cosa. Juanita ya sabe que me tiene que dejar un poquito de uña cuando me hace pedicure, para que se entretenga el Pookie.

Los martes en la tarde me voy al spa del Four Seasons, me encanta porque voy con mi amiga y nos tomamos una mimosa al final. Javier, el chofer, se da cuenta que siempre salgo algo chistosita del hotel y llevamos a mi amiga a su casa de las lomas. La pícara de mi amiga dice que me va a robar al chofer. Ni que escasearan, le digo. Pero sólo para un ratito. Pero yo no se que le vé, esta muy obscurito, por decir lo menos el pobre. El otro día se lo hubiera regalado de buena gana, me pidió seguro social. Estamos buenos. ¿Que no está el Hospital General y el seguro popular? Estos creen que yo no tengo compromisos.

Me acuesto en la terraza a descansar con un Don Julio helado con limón. Pookie me mordisquea las uñas, lo aviento y se regresa, hasta que me desespera y lo alejo más. Entre sueños y vapores del tequilita, siento cómo me roe la manga de la bata. Me quedo dormida. Como a las siete me despierta la resequedad de la boca y un dolorcillo de cabeza. El borde de la bata de seda esta roído. Demonio de animal.
-Pookie!! ¿Dónde estás?
El silencio es curioso, Pookie se avalancha sobre mis pies en cuanto me despierto. Está casi obscuro. Suena el timbre.
-¿Es suyo un hurón?
-Si
-Dice la vecina que está en el estacionamiento.
-Ah, voy.
Me pongo unos zapatos y busco su correa. ¿Pero cómo se bajo? ¡Travieso animal! Todo esta cerrado, la puerta...Siento que la espalda se transforma en un bloque de hielo. La ventana de la cocina está abierta. No puede ser tan pendejo. El elevador tarda, bajo corriendo las escaleras, en el tercer piso se me sale una chancla y ruedo varios escalones. Mi cuerpo queda como en la escena de un crimen. Me pendejeo una vez mas, nada está roto. El estacionamiento está en penumbras.
-¿Oye tu hurón? está abajo de aquel Volvo, le llamamos pero no quiere salir.
Me acerco al horrible Volvo que está en las tinieblas.
-A ver seño. El poli acerca una lámpara y un palo de escoba.
Me quiero vomitar, está todo lleno de sangre y quejandose.
¿Dónde hay un veterinario? Me oigo gritar, en desesperación.

Por suerte por ahí anda el chofer. Lo echamos en un cartón y lo llevamos a la tienda de mascotas de Antara. Pinche tráfico y nosotros con la emergencia.
-¡Tóqueles el claxon, que se apuren!
Mis manos tiemblan y sudan frío, no se puede morir, no mi Pookie, apenas va a cumplir un año. Me va a matar mi hija.

El veterinario recibe a Pookie y le da una revisión general.
-Está muy mal, tenemos que operarlo, tiene sangre en el vientre.
-Lo que sea doctor ¡salvelo! Lo dije honestamente ¿En qué novela lo vi?
Es una cirugía complicada, es algo costosa, tiene que firmarme algunos papeles.
-Haga lo que tenga que hacer.
Laura siempre trae su BlackBerry apagada, me he cansado de regañarla, y ahorita que estamos con el alma en vilo.
¿Donde te metes? !Están operando a Pookie¡
¡pero te apuras!
Me derrumbo en lágrimas en los brazos de mi hija. Nunca en mi vida había tenido una angustia así. El veterinario sale. Su actitud, su gesto. No me tiene que decir nada para saber lo que pasó.

-Tenía el hígado partido en dos y los intestinos estallados. Sus pulmones se llenaron de sangre, pero no sufrió.
-¿No? Una fiesta para él no fué.
-Van a ser 5,000 pesos de la cirugía, y 500 más si quieren que lo incineremos.
Mis ojos todavía llenos en lágrimas ven al fondo una luz, dos hurones en la zona de jaulas.
Me seco las lágrimas.
-Incinérenlo, y me llevo los hurones de allá ¿Aceptan American?

martes, 6 de noviembre de 2007

Agua

Veinticinco años han pasado desde que nací, en el edén tropical mexicano. Lugar que conserva el treinta y cinco porciento del agua dulce en el país. Tabasco, mi cuna. Nunca vi en toda mi existencia derramarse el cielo en aguas como estos días. Al principio, algunas gotas escuálidas que apenas mojaron los tejabanes y los chiqueros. Siempre supimos que el Grijalva podría tornarse contra nosotros y unirse al mar para ahogarnos, como en el 99. Promesas. Gobernadores vinieron, politicos mintieron para llevar a sus bolsillos nuestro dinero y dignidad. Hemos dado al país música, fruta, petróleo y el miserable espectáculo de nuestros políticos recientes. Hemos sido sólo un trampolín, y ahora un pantano anegado de resentimiento.

Sentado en la cocina contemplé el hilillo de agua que entraba tímido por debajo de la puerta. En poco tiempo envalentonado avanzó reptando al no encontrar resitencia. Afuera el viento y el agua golpeaban con insistencia los cartones y láminas de la casa. Cada gota era como un martillo golpeando con la fuerza de un hombre grande. Corrí por un trapeador y un rastrillo para detener el agua que llegaba al cuarto. Más agua. Desconecté todo, subí el refrigerador a la mesa, el agua me pasaba ya los tobillos. La tele sobre el refrigerador, la ropa de la cama, los zapatos aventarlos al techo, y el agua en la cintura. En cualquier chico rato pasa, me decía. Voy a misa todos los domingos, y todas las noches le rezo a la virgencita que está en mi cuarto. Pero el agua seguía subiendo besando los pies de la imagen que me ignoró. Algo estaré pagando. Tocan a la puerta, pegan de gritos para que salga. Lo único que me queda es mi fe y su imagen, es lo que me llevo. Abro la puerta y me arrastra la corriente de un rio violento, el agua golpea mi cara y mis ojos se hacen una rendija para tratar de divisar algo. Me quiero regresar. Pero me jalan de los pelos y me suben a una lancha. Una lancha. Estoy a diez cuadras del malecón.

Hombres y mujeres con niños me escudriñan en silencio. Recibimos una tunda de agua, con la esperanza perdida entre la incredulidad y el desamparo. El cielo se ilumina a cada rato con relámpagos desoladores. No queda nada. Sorteamos animales ahogados, perros, gatos aves, vacas que nos rodean con un rictus de abandono. Con un palo nos alejamos de los toldos de los coches que juegan a obstaculizarnos. Llegamos a un albergue. Un salón de fiestas atiborrado de pieles morenas y dientes castañeantes. Caigo al agua para nadar a resguardarme, mi pierna se rasga con las puás de un lienzo bajo el agua. El dolor me atraviesa y me olvido del frío por unos segundos. Sigue lloviendo, una mujer lloriquea anunciando el día del juicio final. No lo dudo. Apenas puedo avanzar unos pasos en aquel lugar, muchos aguardan de pie, pasmados. El agua sigue subiendo, rebasa ya mis rodillas. Una mujer grita con los dolores del parto. Sus gritos se apagan con el llanto de niños y adultos, y el agua que no ha dejado de caer. Se llevan a la mujer a un rincón, el crío recibe el bautizo de las aguas del diluvio, una mancha roja crece cada minuto mientras la mujer se desangra exhausta. Todos permanecen inexpresivos, abúlicos.

El agua me llega al cuello, la gente busca las paredes para subir, y levantar la nariz sobre el nivel del agua. Nadie grita ya. La parturienta flota fuera del albergue, el agua la devora poco a poco. Mis pies no tocan el suelo desde hace rato, un muchachito se agarró de mi brazo y me empezó a pegar tratando de subirse en mí. Me empecé a hundir, tuve que alejarlo para que me soltara y me dejara flotar. Trato de subir al techo, pero las tejas de deshacen entre mis dedos. Me permiten sostenerme, pero no soportan la presión de mi cuerpo. Me acomodo en la cintura la imagen de mi virgencita. El cuerpo del muchacho que solté pasa junto a mi. Aprieto los dientes.

El agua sigue subiendo, mis dedos están sangrando, todas las uñas rotas, ya no tengo de que agarrarme, me deslizo hacia el techo tratando de jalar aire. Siento los cuerpos que pasan bajo mis pies. Orino. Pego al techo, el agua golpea duro del otro lado y me sigue empujando. Pasa un rato, ya no escucho más el agua golpear. Todo está calmado. Parece que ya pasó. Siento cómo jalan mi cuerpo de los pies. Cuántos ahogados hubo esa noche. Ya no siento miedo. Estoy tan cansado. Fui el último rescatado. El último cadaver del albergue.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Ochocientos

Los hoteles de paso son como flores. Todos son diferentes, perfumados según los gustos del gachupín que lo regentea; sus colores van desde los azules chillantes a los tenues pasteles. Trabajar como afanadora de hotel es muy duro, se debe tener carácter, y principalmente estómago.

Entre semana el trajín es divertido, autos van y vienen con sus misteriosos ocupantes. Con el tiempo se adivina muy bien de quién se trata, cholos, judiciales, policias, tenderos, peluqueros, profesionales de todo, llegan con la secre, edecanes los fines de semana, dependientas de almacén, la chava que agarraron en algún restaurant, la esposa del compadre o viudas arrepentidas. Todas rigurosamente llevan la cabeza baja o sus lentes obscuros, con la angustia de que alguien las pueda reconocer. Cuando llegan solos, se acomodan a esperar una sulipanta. La hora de la comida es la más pesada casi todos los días. A partir del miércoles por la tarde comienza el trabajo pesado. Todos los cuartos se saturan y se van desocupando cada hora y media aproximadamente. En cuanto se desocupa un cuarto llama la gerente en turno y salimos con nuestro carrito de servicio: escoba, trapeador, sacudidor, cubeta, estropajo, espátula, un cambio de sábanas, un rollo de papel, aromatizante, cuatro toallas grandes, 2 jabones chiquitos "Rosa Venus", cerillos del hotel, un preservativo y pastillas de menta. Trabajé en hoteles donde se les daba una tendidita a las sábanas y se abrían las cortinas para orear los humos de las agitaciones de los convivientes. Las botellas de agua se tenían que limpiar cuidadosamente y rellenar con agua directamente de la llave. Al principio me resistí, pero vale más tener la barriga llena. En otros hoteles son obsesivos con la pulcritud, cuando entré la coordinadora entraba al cuarto con una lupa y se fijaba detalladamente en el piso y en todas las esquinas buscando vellos púbicos. Me convertí en experta en buscarlos y analizarlos, uno cree que todos son negros con forma de tirabuzón, pero hay de todos los tonos de gris hasta el blanco y los muy extraños rojos y amarillos.

Una tarde entró un hombre al cuarto 18, yo estaba colocando las toallas en su lugar, me miró muy serio, alcancé a decirle que ya había terminado y me salí. Siempre me imaginé cómo sería que hacen el amor, que posiciones agarran y cuánto duran; o que cara ponen cuando no pueden, debe dar mucha vergüenza, una como mujer nomás se deja llevar y pone cara de pujido, y pega gemiditos o gritos depende cuánto le guste el teatro. Entré al cuatro de al lado, el tipo hablaba por teléfono y se escuchaba su conversación pero no comprendía lo que decía. El marrano que que desocupó la habitación dejó el preservativo sobre el lavabo y se chorrearon todas sus porquerías, en una de esas estaba enfermo de algo porque traía sanguaza. Terminé de arreglar y me pasé al siguiente cuarto. Los muebles de todos los cuartos estàn laqueados tipo chino y se manchan con cualquier cosita. Con frecuencia limpio con el trapo la silueta de las nalgas de alguien que se sentó o sentaron sobre el mueble, las marcas son tan claras que parecen fotografías.

Salgo del cuarto y paso por la 18, me llama el inquilino. Me asomo para ver que le falta y me cierra la puerta. Quiere privacidad. Se me queda mirando igual de serio que cuando llegó y me pregunta ¿Cuánto?. ¿Cuánto que? ¿Yo? Pero si yo estoy de afanadora no porque me guste la friega. Soy gordita, pechugona, y bueno, no me rasuro las piernas porque se me escozen horrible. ¿Yo? ¿Por que no? me responde...se pone de rodillas frente a mí y me recorre los vellitos de las piernas con sus nudilllos. Se me quiere salir el corazón entre el susto y la emoción. Mi cabeza está desconectada del cuerpo. Lo alejo con las manos, pero mi cuerpo se le encima. Me baja los calzones debajo del uniforme gris y me sigue recorriendo. Me van a correr, transpiro. Gano dos mil pesos al mes por ocho horas de trabajo incluídos sábados y domingos. ¿Y me irá a pagar? ¿Que tal si no? ¿Y si me pega algo? Que pena, ni se como se llama. Me tiene de espaldas sobre la cama y comienza su vaivén.

Ochocientos pesos. Es una semana de trabajo pagada en 30 minutos. Desde entonces dejé de trabajar en ese hotel y me dedico a la calle. De vez en cuando me sigue llamando mi "padrino" y con gusto le regalo mi servicio para agradecerle. Se que hay para todos los gustos, sólo me arrepiento de una cosa. De no haberme dado cuenta antes.

lunes, 15 de octubre de 2007

Yo certifico

Escribí mi primer certificado de defunción durante mi segunda semana como médico interno de pregrado (MIP) en el seguro social. Mi inmediato superior era Rigo Tovar, yo estaba muy intrigado ¿Sería hijo del cantante ciego de música tropical? Se parece. No me podía aguantar y le pregunté en el comedor. Se va a sentir orgulloso, pensé.
-¡Cómo te pareces a tu jefe, Tovar!
-¿A quién?
-¡A Rigo!
Como veinte compañeros soltaron la carcajada. Lo peor que puede pasar es mover a la risa y no entender que pasa.
-No maestrín, me llamo Juan Carlos Tovar.
No pude disimular mi cara de pasmo, mis arterias carótidas externas se veían latiendo en la base del cuello, llevaban sangre a toda prisa a mi cerebro para ayudarlo a pensar, y a la par los capilares de mi cara se dilataron dejándome rojo apache.
¿Qué no sabes que es Rigo?
Me sentí novillero primerizo en el medio de un ruedo esperando que se abriera la puerta de toriles. Un público morboso que pagó para presenciar la visita de la muerte, y quería desquitar su paga. Cualquier cosa que dijera me iba a hundir más, el descrédito estaba hecho. Así que no respondí.
-Rigo es como MIP una abreviación Residente 1 de Gineco Obstetricia.
Esto lo dijo palmeandome la espalda y soltando una carcajada simultáneamente. Todos se desternillaron de risa. Yo salí de ahí lo mas pronto que pude.
La nota pasó a las enfermeras y de ahí a todos los médicos adscritos del hospital, y aunque era MIP, todos me decían Rigo Domínguez.

A lo que iba, mi primer certificado, fue un óbito. Un producto que llega a término, pero que muere antes del parto, dentro del vientre de la madre. Los óbitos con frecuencia tienen múltiples malformaciones congénitas o tienen el cordón umbilical enredado en el cuello, y los ahorca cuando intentan abocarse al canal de parto. El silencio en la sala de expulsión sólo era roto por el instrumental quirúrgico cayendo sobre la mesa. El ginecólogo usó fórceps para extraer al producto de su tibia cuna y tumba. La madre sufrió toda la labor del parto, pensando cómo le iba a hacer para pagar por el entierro. Las chambritas que le tejió, se quedaron afuera con la cuna que le tenían.

El certificado consta de tres hojas una rosa, una amarilla y una blanca. Se tiene que llenar con lo datos generales del paciente/muerto y anotar la causa de muerte. Anote “óbito fetal” Se entrega una a la administración, una a la delegación y la blanca se la queda la familia para hacer los trámites funerarios.

Han pasado quince años. Escribí muchos más. Pasa poco tiempo antes de que nos demos cuenta que el ser médico ha dejado de tener el cariz romántico de hace 40 años. Ya no es tan respetado, valorado o remunerado como antes. Demasiados médicos para un sistema de salud patético. Apenas sobrevivo con lo que gano haciendo guardias como médico familiar, y por las mañanas doy consulta a destajo por veinte pesos en una farmacia de medicamentos genéricos. La mitad se lo queda la farmacia. Paso todo el día escuchando el tránsito tras una reja metálica de estanquillo que sirve como mi pared derecha. Al medio día el calor hace que encienda un ventilador que tuve que comprar a pagos porque la farmacia no tenía presupuesto para uno. Imbéciles.

Mi madre tiene cirrosis por Hepatitis C, perdió mucha sangre cuando nací y le hicieron varias transfusiones. Está en tratamiento con Interferón, un inmuno modulador. Gasto más de cinco mil pesos a la semana por el tratamiento. Tuve que vender mi coche y el departamento que estaba pagando. Hago dobles guardias, y me ayudo vendiendo joyería en el hospital. Ya me miran y me dan la vuelta.

Estoy llenando el certificado de defunción de Luis Contreras Mena. Fue compañero mío en la secundaria. Edad 42 años, Causa de muerte “Paro cardio-respiratorio de etiología a determinar” Las manos me sudan un poco, estoy por terminar. No puedo seguir por la vida haciendome el apóstol, hice un trato y lo voy a cumplir. Con esto no le hago mal a nadie, absolutamente a nadie.

Acabo de checar mi estado de cuenta, tengo un depósito de doscientos mil pesos. Doscientos mil pesos, por lo menos ya tengo para las medicinas, y una ronchita para ahorrarle.

Han pasado seis meses. Mi madre murió. Todo ese dinero a la basura.

Me fueron a buscar un lunes como a las nueve. Salí de la guardia y me fui directo a la farmacia. Ya me estaban esperando, con el certificado en la mano.
-Si lo extendí yo.
Luis está vivo, y lo agarraron queriendo renovar su pasaporte. Se llevó veinte millones, me dio el 1%. Ese trato me dejó muy mal sabor de boca. No me quedaba otra.

Estoy escribiendo un Certificado de defunción en el Reclusorio Sur, dependiente del Gobierno del Distrito Federal. Samuel Fuentes Gracia Edad “21 años”
Causa de muerte “Traumatismo craneo-encefálico” Se cayó de cabeza desde el pasillo del primer piso. Debía 150 pesos. El comentario fue: “por menos de eso se mueren aquí” Estoy sentenciado a 15 años por fraude contra la compañía de seguros. Llevo ya dos años cumplidos, y me pidieron dar consulta a la población del penal. Es mi primer día de trabajo.

domingo, 7 de octubre de 2007

López, a secas

La primera vez que me di cuenta que respiro fue cuando tenía cuatro años en el cuarto de mis papás. Mi padre es ingeniero electromecánico y cibernético graduado en el Massachussets Institute of Technology. Es el primer alumno en la historia de esa universidad en obtener logros diversos: cursar simultáneamente dos carreras, ser Mexicano y obtener el promedio de diez en sus dos grupos. Mi madre es intérprete traductora nació en portugal y conoció a mi padre en Estados Unidos durante un viaje para celebrar sus 16 años. Han tenido una vida exitosa, excepto por un pequeño inconveniente, nunca pudieron tener descendencia.

¿Y, yo? Mi madre fue empleada doméstica de ellos. Durante un fin de semana, mientras se encontraban de viaje, un hombre se le metió a la fuerza y la sodomizó. La encontraron desnuda amarrada de un arbol y sangrando de todos sus orificios, le arrancaron un seno a mordidas. Se imaginarán de donde vengo. Claro que nadie me lo platicó, encontré un averiguación previa entre los documentos de mis padres. Ella intentó arrancarme de sus entrañas metiéndose un gancho entre las piernas, pero tenía un embarazo avanzado y precipitó el parto. Se le metió una bacteria en la sangre y murió. Por eso me apellido Icaza Medeiros y no López a secas.

Ultimamente me concentro mucho en la respiración. Somos como un un reloj incansable, el pecho se infla y se desinfla todo el tiempo y casi nunca estamos conscientes de ello. La última vez que comí con ellos conté 1345 respiraciones. No encontraba en otra cosa mejor en que entretenerme ya que ellos se dedicaban a fumar y a vaciar vasos con whisky sin dirigirme la palabra.No se donde comenzó a romper todo. El espejo me regresa un cuerpo ancho, regordete, una piel morena obscura y un rostro idéntico a la de los mayas de Chichen Itzá. No importa cómo vista me han confundido como chofer, albañil, jardinero, mensajero, con todo. Estoy tan familiarizado con las disculpas, no a mí a mis padres. Disculpas de todos, directores de escuela, maestros, papás, meseros, dependientes de aeropuertos. Desde niño creían que iba siguiéndolos no como su hijo, sino para mendigarles un peso para un taco. Como niño se desvivián en consentirme y regalarme cosas. Se cansaron de ir a quejarse con los maestros de los apodos que me ponían mis compañeros en los carísimos colegios católicos a los que me inscribieron. Hasta les recomendaron inscribirme a una escuela de gobierno para que me pudiera "relacionar" mejor con mis compañeros.Con la adolescencia entré en el ostracismo natural del cambio de cuerpo. A mi mamá le chocaban los pelos que me salían como bigote, parecía emperador Azteca. Poco a poco nos fuimos silenciando cansados de tener que convivir con nuestras diferencias abismales. Se acabaron los cariños y la condescendencia, y me empezaron a tratar como jardinero, chofer y albañil. "Arreglate el jardín, no seas holgazán"; "Vete al super a surtir la lista"; "Cambia las chapas de la casa" y un largo etcétera.

Mi respiración tiene una frecuencia mucho mayor a la habitual, hice algo de trabajo en la cisterna. Aunque estoy acostumbrado a cargar, hoy ha sido demasiado. Tengo lista una mezcla de cemento, debe tener la cantidad justa de grava y agua para que cuaje adecuadamente y solidifique en menos de 6 horas. Por ahora dejaré de preocuparme por mis papás, han decidido retirarse a su departamente en la Joya y no piensan regresar. Me han dejado encargado de todo aquí. Al menos eso es lo que diré, si alguien pregunta. Al fin yo solo soy el cuidador. Juan López, a secas.

martes, 2 de octubre de 2007

Quien soy

Soy elusivo ante la vida y las responsabilidades. Mi vida ha sido una rebatinga de conflictos y sinsentidos de casi diez lustros. He sido "de todo y sin medida" Nadie me dijo cómo tenía que vivir y los dias se deslizaron entre mis defectos para decantar lo que soy. Cuando el metro llega a su andén veo mil fragmentos de mi cara en naranja y gris. Soy una buena persona, por lo menos tiendo a mi bien, y a lo que es bueno para mí; pero esta condescendencia conmigo no lo es para los demás. Hago daño. ¿no lo hacemos todos? Todo el daño que hacemos, lo hacemos buscando el bien, nuestro bien propio. Piénsalo. Lo que aquí leerás es fantasía salpicada en verdad. Y de verdad que espero que esto me ayude a descubrir quién soy. Quien soy.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Nuestros días juntos

No sé como expresar lo feliz que me has hecho estas últimas semanas. Cambiaría todo lo que he vivido en este mundo por la dicha de haber disfrutado de este tiempo juntos. ¿te acuerdas? Hace tan solo unos días nos eramos totalmente desconocidos. Pero ahora...que te conozco tan de cerca y tan profundamente, puedo adivinar lo que dices con un parpadeo, con un ademán, con un gesto. Te he aprendido a conocer en este tiempo comprimido en el espacio que nos rodea. Jamás, ni en mis más salvajes alucinaciones pensé tenerte tan cerca y tan mía. Aunque somos muy distintos, hemos sabido salvar nuestras distancias y acercar nuestros pensamientos, y cuerpos.

No concibo estar un solo momento alejado de tí, tu cara no deja de perseguirme aún con los ojos cerrados, tu voz me da vueltas en la oreja todo el tiempo y no me deja ni dormir. Estás tan presente en mí, que cualquier movimiento me levanta y acudo a ver si necesitas algo, como si fueras un bebé. Pero no todo ha sido como ahora.

Cuando te conocí, sentí que me despreciabas, que no merecía que el verde de tus ojos se depositara sobre mí. Tus desplantes, tu indiferencia y arrogancia. Era natural, se que pasabas por momentos difíciles, pero ahí estaba yo para tratar de consolarte como pudiera. Creo que lo logré. Era cuestión de tiempo, que te animaras a conocerme, que abrieras la mente y comprendieras que lo nuestro era posible. Siempre me acerqué a tí con palabras dulces envueltas en mi mejor perfume, todo lo que hacía era para halagarte y hacerte sentir mejor.

La primera vez que sonreiste cuando se me cayo la sopa sobre la ropa me dio tanto gusto. Era como ver a un gatito herido lamiéndose la patita. Te veía cada vez que nos dejaban y me gustaba platicarte de lo que quisieras. La verdad es que cuando te di el primer beso lo sentí medio forzado, pero tu me entiendes, tenerte tan cerca y no adorarte...

Todo pasó tan rápido entre nosotros, tu piel rosita como de un ratón contrastaba con la mía. Me tuve que lijar los callos unos días antes y ponerme mucha crema para que sintieras mis caricias suavecitas, que bien te sentías, y que bien me hiciste sentir. Puse todo mi empeño para que disfrutaras al maximo nuestros momentos, tenía que taparte la boca para que no se escuchara el gusto que te salía por la garganta. Gracias por hacerme feliz.

Como te lo dije, cambiaría mi vida porque esto no terminara. Y no tiene que ser...estoy seguro que nos vamos a seguir viendo, y nos vamos a seguir amando tanto o más que en estos días. Pero soy un hombre de palabra, y la cumplo que ni que. Hablé con tus papás y mañana te vas a reunirte con ellos. Pagaron hasta el último centavo, me da gusto por tí, y estáte segura de que no te vas a librar de mi.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Veinte Años

Abandoné tu cuerpo tendido y marcado por veinte años de ausencia; me sentí arrebatado por la culpa. Pasamos tantos años distantes, tuvimos familia, tuvimos amantes y permanecíamos muy guardaditos en el insconsciente uno del otro. Mi padre nunca quiso que lo viera cuando lo consumió la diabetes y el bisturí de un matasanos le cercenó piernas y brazos. Nunca lo ví, así lo recuerdo como el gran amigo y confesor que fue. Los años han ido cortando poco a poco nuestros anhelos y han mutilado nuestra apariencia.....¡que veinte años no es nada!

Encontré tu nombre parpadear en el monitor de mi computadora después de algunos minutos de búsqueda por navegadores, te encontré en una de esas memorias cibernéticas del colegio Regina, tu dirección y tu correo electrónico. ¡Que época vivimos! podemos resucitar casi a cualquier persona que marcó nuestras vidas con un par de teclazos y algo de astucia. Deje caer una nota a tu buzón como una piedra a un pozo sin fondo. Pasaron las semanas y me había olvidado por completo de mi borrachera de nostalgia, cumplía con hastío mi demoníacamente monótona rutina. Ahí estaba....un sobre amarillo pixelado seguido de tu nombre y mi pasado.

¿Cuánto entusiasmo puedes fingir al encontrar a la persona con la que conociste todo lo que un hombre pretende conocer?¿Cuánto de amor queda después de veinte años?¿Es igual para los dos?La compulsión morbosa de vernos....¿cuánto envejeció?¿Cuántas marcas en la piel le ha dejado la vida?

Cuando te ví pensé que no habían pasado los años, que los momentos que pasabamos escuchando a Timbiriche y explorando nuestros secretos con la lengua todavía no terminaban de sentirse. Veinte años terminan de platicarse muy pronto y después queda el silencio de dos desconocidos.

El internet nos acerca de formas nunca imaginadas...todavía recuerdo mi Commodore 64....mis discos de vinil y la consigna de que el primer amor nunca se olvida...que se debe guardar en el corazón...y nunca dejarlo escapar a la realidad.