lunes, 12 de noviembre de 2007

Pookie

Soy una mujer muy feliz. Exitosa, tengo una hija adolescente bastante madurita para su edad, y no tengo que lidiar con su padre, porque está mucho mejor que muerto: casado y viviendo en Australia. Soy dueña de una distribuidora internacional de perfumes y cosméticos y no dejo un mes por menos de dos millones de pesos, bueno, me lo dejó el difunto. Por cierto que me chocan, puras cosas de chachas. Con lo de un Arpége aún comprado en Sephora, me compraría diez "Divine" Permex; se rompió la cabeza con el nombrecito. Pero bueno, regalos no me faltan para las misses en navidad. Me encanta desayunar huevos benedictinos en la casa del Lago todos los miércoles después del polo en el campo Marte. Los jueves en la temprano me voy a San Diego para pasar el fin de semana y regreso el domingo en la tarde. Antes me encantaba ir de shopping a Fashion Valley, pero ya me da flojera, te encuentras las mismitas tiendas en Mazaryk y a veces hasta más barato. Mis días de más trabajo son los lunes y los martes, me revientan porque tengo que firmar nómina y cheques de proveedores, pero bueno hay que hacer algún sacrificio en la vida siempre y cuando sea con un Latte de Starbucks en la mano. Me choca ir a la planta, me da tristeza ver a las empleadas tan desaliñadas, hasta ganas me dan de darles algún incentivo o algo a las pobrecitas, pero siempre me sale algo más importante que resolver. Ando tan a las carreras, algún día.

Me compré un pent house divino justo frente al auditorio nacional, me salió como lumbre, y eso que una amiga del sindicato me echó la mano con el arquitecto para hacerme un descuentito, el cabrón me dijo que lo dejó al costo. Aquí entre nos, me encantan los casados, no te piden nada, no son celosos y se dan sus desaparecidas de vez en cuando para cumplirles a sus amorcitos. Creo me funcionó más darle bambú que las influencias de mis amigas, además, ya me hacía falta desestresarme. Estoy en el piso 17 con una terraza preciosa hacia chapultepec, que se realza con una copita de Chablis y Rossana cantando "A fuego lento" Un espejo piso-techo le da doble amplitud a la terraza, me recuerda que tengo que ir a Rodeo Drive y hacerme unos retoquitos de botox y darme un "tan mediterrané". Ni que necesite el botox, eh?? Tengo 36 pero me aterran las arrugas y los viejos.

Se murió el papá de una amiga paisana del Francés, me choca ir a saludar y hacerme la dolida. Don Joseph era muy buena gente conmigo aunque le llevara tan tarde a Sarita y una que otra vez no regresó, me la llevaba al Baby con mis amigos. Se ponía transparente la pobre del miedo que la castigaran. No hay como tres copitas de vino y una línea para armarse de valor. La pobre se siguió con la fiesta y cayó primero en Monte Fénix y después como tres veces en Oceánica, era un dolor de cabeza para todos. Ahí estaba José el mayor que se casó con la más rica de la comunidad, Jaime el de enmedio, tremendo, andaba con todas judías o no y se tiraba a la que pudiera. Me consta, me hizo mujer en la secundaria. Estaba esperando a la idiota de Sarita a que saliera de bañarse. Llegó todo sudado del americano quitándose la camisa, me vio en la salita de televisión y se me acercó. Me acarició la barbilla y me cargó a su cuarto. Me tenía fascinada, todavía no se cómo, sin una sola palabra me dominó. No me volvió a dirigir la palabra. Fue lo máximo. Pregunté por Sarita la esperaban en un rato, estaba en un "rehab" de Houston cuando le dieron la noticia, mejor para mí, me da cosa.

Tengo un hurón, se llama Pookie. Un regalo que le hicieron a mi hija, al principio me daba asco. Correteaba por todo el parket y le gustaba resbalarse sobre su lomo. Le compramos una pelota de tennis y se la pasa horas mordisqueándola y lamiéndola. Me hace tan buena compañía. Siempre que camino descalza va persiguiendo mis dedos gordos dando gruñiditos, y mordisquea las uñas, yo creo que le dan cosa. Juanita ya sabe que me tiene que dejar un poquito de uña cuando me hace pedicure, para que se entretenga el Pookie.

Los martes en la tarde me voy al spa del Four Seasons, me encanta porque voy con mi amiga y nos tomamos una mimosa al final. Javier, el chofer, se da cuenta que siempre salgo algo chistosita del hotel y llevamos a mi amiga a su casa de las lomas. La pícara de mi amiga dice que me va a robar al chofer. Ni que escasearan, le digo. Pero sólo para un ratito. Pero yo no se que le vé, esta muy obscurito, por decir lo menos el pobre. El otro día se lo hubiera regalado de buena gana, me pidió seguro social. Estamos buenos. ¿Que no está el Hospital General y el seguro popular? Estos creen que yo no tengo compromisos.

Me acuesto en la terraza a descansar con un Don Julio helado con limón. Pookie me mordisquea las uñas, lo aviento y se regresa, hasta que me desespera y lo alejo más. Entre sueños y vapores del tequilita, siento cómo me roe la manga de la bata. Me quedo dormida. Como a las siete me despierta la resequedad de la boca y un dolorcillo de cabeza. El borde de la bata de seda esta roído. Demonio de animal.
-Pookie!! ¿Dónde estás?
El silencio es curioso, Pookie se avalancha sobre mis pies en cuanto me despierto. Está casi obscuro. Suena el timbre.
-¿Es suyo un hurón?
-Si
-Dice la vecina que está en el estacionamiento.
-Ah, voy.
Me pongo unos zapatos y busco su correa. ¿Pero cómo se bajo? ¡Travieso animal! Todo esta cerrado, la puerta...Siento que la espalda se transforma en un bloque de hielo. La ventana de la cocina está abierta. No puede ser tan pendejo. El elevador tarda, bajo corriendo las escaleras, en el tercer piso se me sale una chancla y ruedo varios escalones. Mi cuerpo queda como en la escena de un crimen. Me pendejeo una vez mas, nada está roto. El estacionamiento está en penumbras.
-¿Oye tu hurón? está abajo de aquel Volvo, le llamamos pero no quiere salir.
Me acerco al horrible Volvo que está en las tinieblas.
-A ver seño. El poli acerca una lámpara y un palo de escoba.
Me quiero vomitar, está todo lleno de sangre y quejandose.
¿Dónde hay un veterinario? Me oigo gritar, en desesperación.

Por suerte por ahí anda el chofer. Lo echamos en un cartón y lo llevamos a la tienda de mascotas de Antara. Pinche tráfico y nosotros con la emergencia.
-¡Tóqueles el claxon, que se apuren!
Mis manos tiemblan y sudan frío, no se puede morir, no mi Pookie, apenas va a cumplir un año. Me va a matar mi hija.

El veterinario recibe a Pookie y le da una revisión general.
-Está muy mal, tenemos que operarlo, tiene sangre en el vientre.
-Lo que sea doctor ¡salvelo! Lo dije honestamente ¿En qué novela lo vi?
Es una cirugía complicada, es algo costosa, tiene que firmarme algunos papeles.
-Haga lo que tenga que hacer.
Laura siempre trae su BlackBerry apagada, me he cansado de regañarla, y ahorita que estamos con el alma en vilo.
¿Donde te metes? !Están operando a Pookie¡
¡pero te apuras!
Me derrumbo en lágrimas en los brazos de mi hija. Nunca en mi vida había tenido una angustia así. El veterinario sale. Su actitud, su gesto. No me tiene que decir nada para saber lo que pasó.

-Tenía el hígado partido en dos y los intestinos estallados. Sus pulmones se llenaron de sangre, pero no sufrió.
-¿No? Una fiesta para él no fué.
-Van a ser 5,000 pesos de la cirugía, y 500 más si quieren que lo incineremos.
Mis ojos todavía llenos en lágrimas ven al fondo una luz, dos hurones en la zona de jaulas.
Me seco las lágrimas.
-Incinérenlo, y me llevo los hurones de allá ¿Aceptan American?

martes, 6 de noviembre de 2007

Agua

Veinticinco años han pasado desde que nací, en el edén tropical mexicano. Lugar que conserva el treinta y cinco porciento del agua dulce en el país. Tabasco, mi cuna. Nunca vi en toda mi existencia derramarse el cielo en aguas como estos días. Al principio, algunas gotas escuálidas que apenas mojaron los tejabanes y los chiqueros. Siempre supimos que el Grijalva podría tornarse contra nosotros y unirse al mar para ahogarnos, como en el 99. Promesas. Gobernadores vinieron, politicos mintieron para llevar a sus bolsillos nuestro dinero y dignidad. Hemos dado al país música, fruta, petróleo y el miserable espectáculo de nuestros políticos recientes. Hemos sido sólo un trampolín, y ahora un pantano anegado de resentimiento.

Sentado en la cocina contemplé el hilillo de agua que entraba tímido por debajo de la puerta. En poco tiempo envalentonado avanzó reptando al no encontrar resitencia. Afuera el viento y el agua golpeaban con insistencia los cartones y láminas de la casa. Cada gota era como un martillo golpeando con la fuerza de un hombre grande. Corrí por un trapeador y un rastrillo para detener el agua que llegaba al cuarto. Más agua. Desconecté todo, subí el refrigerador a la mesa, el agua me pasaba ya los tobillos. La tele sobre el refrigerador, la ropa de la cama, los zapatos aventarlos al techo, y el agua en la cintura. En cualquier chico rato pasa, me decía. Voy a misa todos los domingos, y todas las noches le rezo a la virgencita que está en mi cuarto. Pero el agua seguía subiendo besando los pies de la imagen que me ignoró. Algo estaré pagando. Tocan a la puerta, pegan de gritos para que salga. Lo único que me queda es mi fe y su imagen, es lo que me llevo. Abro la puerta y me arrastra la corriente de un rio violento, el agua golpea mi cara y mis ojos se hacen una rendija para tratar de divisar algo. Me quiero regresar. Pero me jalan de los pelos y me suben a una lancha. Una lancha. Estoy a diez cuadras del malecón.

Hombres y mujeres con niños me escudriñan en silencio. Recibimos una tunda de agua, con la esperanza perdida entre la incredulidad y el desamparo. El cielo se ilumina a cada rato con relámpagos desoladores. No queda nada. Sorteamos animales ahogados, perros, gatos aves, vacas que nos rodean con un rictus de abandono. Con un palo nos alejamos de los toldos de los coches que juegan a obstaculizarnos. Llegamos a un albergue. Un salón de fiestas atiborrado de pieles morenas y dientes castañeantes. Caigo al agua para nadar a resguardarme, mi pierna se rasga con las puás de un lienzo bajo el agua. El dolor me atraviesa y me olvido del frío por unos segundos. Sigue lloviendo, una mujer lloriquea anunciando el día del juicio final. No lo dudo. Apenas puedo avanzar unos pasos en aquel lugar, muchos aguardan de pie, pasmados. El agua sigue subiendo, rebasa ya mis rodillas. Una mujer grita con los dolores del parto. Sus gritos se apagan con el llanto de niños y adultos, y el agua que no ha dejado de caer. Se llevan a la mujer a un rincón, el crío recibe el bautizo de las aguas del diluvio, una mancha roja crece cada minuto mientras la mujer se desangra exhausta. Todos permanecen inexpresivos, abúlicos.

El agua me llega al cuello, la gente busca las paredes para subir, y levantar la nariz sobre el nivel del agua. Nadie grita ya. La parturienta flota fuera del albergue, el agua la devora poco a poco. Mis pies no tocan el suelo desde hace rato, un muchachito se agarró de mi brazo y me empezó a pegar tratando de subirse en mí. Me empecé a hundir, tuve que alejarlo para que me soltara y me dejara flotar. Trato de subir al techo, pero las tejas de deshacen entre mis dedos. Me permiten sostenerme, pero no soportan la presión de mi cuerpo. Me acomodo en la cintura la imagen de mi virgencita. El cuerpo del muchacho que solté pasa junto a mi. Aprieto los dientes.

El agua sigue subiendo, mis dedos están sangrando, todas las uñas rotas, ya no tengo de que agarrarme, me deslizo hacia el techo tratando de jalar aire. Siento los cuerpos que pasan bajo mis pies. Orino. Pego al techo, el agua golpea duro del otro lado y me sigue empujando. Pasa un rato, ya no escucho más el agua golpear. Todo está calmado. Parece que ya pasó. Siento cómo jalan mi cuerpo de los pies. Cuántos ahogados hubo esa noche. Ya no siento miedo. Estoy tan cansado. Fui el último rescatado. El último cadaver del albergue.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Ochocientos

Los hoteles de paso son como flores. Todos son diferentes, perfumados según los gustos del gachupín que lo regentea; sus colores van desde los azules chillantes a los tenues pasteles. Trabajar como afanadora de hotel es muy duro, se debe tener carácter, y principalmente estómago.

Entre semana el trajín es divertido, autos van y vienen con sus misteriosos ocupantes. Con el tiempo se adivina muy bien de quién se trata, cholos, judiciales, policias, tenderos, peluqueros, profesionales de todo, llegan con la secre, edecanes los fines de semana, dependientas de almacén, la chava que agarraron en algún restaurant, la esposa del compadre o viudas arrepentidas. Todas rigurosamente llevan la cabeza baja o sus lentes obscuros, con la angustia de que alguien las pueda reconocer. Cuando llegan solos, se acomodan a esperar una sulipanta. La hora de la comida es la más pesada casi todos los días. A partir del miércoles por la tarde comienza el trabajo pesado. Todos los cuartos se saturan y se van desocupando cada hora y media aproximadamente. En cuanto se desocupa un cuarto llama la gerente en turno y salimos con nuestro carrito de servicio: escoba, trapeador, sacudidor, cubeta, estropajo, espátula, un cambio de sábanas, un rollo de papel, aromatizante, cuatro toallas grandes, 2 jabones chiquitos "Rosa Venus", cerillos del hotel, un preservativo y pastillas de menta. Trabajé en hoteles donde se les daba una tendidita a las sábanas y se abrían las cortinas para orear los humos de las agitaciones de los convivientes. Las botellas de agua se tenían que limpiar cuidadosamente y rellenar con agua directamente de la llave. Al principio me resistí, pero vale más tener la barriga llena. En otros hoteles son obsesivos con la pulcritud, cuando entré la coordinadora entraba al cuarto con una lupa y se fijaba detalladamente en el piso y en todas las esquinas buscando vellos púbicos. Me convertí en experta en buscarlos y analizarlos, uno cree que todos son negros con forma de tirabuzón, pero hay de todos los tonos de gris hasta el blanco y los muy extraños rojos y amarillos.

Una tarde entró un hombre al cuarto 18, yo estaba colocando las toallas en su lugar, me miró muy serio, alcancé a decirle que ya había terminado y me salí. Siempre me imaginé cómo sería que hacen el amor, que posiciones agarran y cuánto duran; o que cara ponen cuando no pueden, debe dar mucha vergüenza, una como mujer nomás se deja llevar y pone cara de pujido, y pega gemiditos o gritos depende cuánto le guste el teatro. Entré al cuatro de al lado, el tipo hablaba por teléfono y se escuchaba su conversación pero no comprendía lo que decía. El marrano que que desocupó la habitación dejó el preservativo sobre el lavabo y se chorrearon todas sus porquerías, en una de esas estaba enfermo de algo porque traía sanguaza. Terminé de arreglar y me pasé al siguiente cuarto. Los muebles de todos los cuartos estàn laqueados tipo chino y se manchan con cualquier cosita. Con frecuencia limpio con el trapo la silueta de las nalgas de alguien que se sentó o sentaron sobre el mueble, las marcas son tan claras que parecen fotografías.

Salgo del cuarto y paso por la 18, me llama el inquilino. Me asomo para ver que le falta y me cierra la puerta. Quiere privacidad. Se me queda mirando igual de serio que cuando llegó y me pregunta ¿Cuánto?. ¿Cuánto que? ¿Yo? Pero si yo estoy de afanadora no porque me guste la friega. Soy gordita, pechugona, y bueno, no me rasuro las piernas porque se me escozen horrible. ¿Yo? ¿Por que no? me responde...se pone de rodillas frente a mí y me recorre los vellitos de las piernas con sus nudilllos. Se me quiere salir el corazón entre el susto y la emoción. Mi cabeza está desconectada del cuerpo. Lo alejo con las manos, pero mi cuerpo se le encima. Me baja los calzones debajo del uniforme gris y me sigue recorriendo. Me van a correr, transpiro. Gano dos mil pesos al mes por ocho horas de trabajo incluídos sábados y domingos. ¿Y me irá a pagar? ¿Que tal si no? ¿Y si me pega algo? Que pena, ni se como se llama. Me tiene de espaldas sobre la cama y comienza su vaivén.

Ochocientos pesos. Es una semana de trabajo pagada en 30 minutos. Desde entonces dejé de trabajar en ese hotel y me dedico a la calle. De vez en cuando me sigue llamando mi "padrino" y con gusto le regalo mi servicio para agradecerle. Se que hay para todos los gustos, sólo me arrepiento de una cosa. De no haberme dado cuenta antes.