sábado, 3 de noviembre de 2007

Ochocientos

Los hoteles de paso son como flores. Todos son diferentes, perfumados según los gustos del gachupín que lo regentea; sus colores van desde los azules chillantes a los tenues pasteles. Trabajar como afanadora de hotel es muy duro, se debe tener carácter, y principalmente estómago.

Entre semana el trajín es divertido, autos van y vienen con sus misteriosos ocupantes. Con el tiempo se adivina muy bien de quién se trata, cholos, judiciales, policias, tenderos, peluqueros, profesionales de todo, llegan con la secre, edecanes los fines de semana, dependientas de almacén, la chava que agarraron en algún restaurant, la esposa del compadre o viudas arrepentidas. Todas rigurosamente llevan la cabeza baja o sus lentes obscuros, con la angustia de que alguien las pueda reconocer. Cuando llegan solos, se acomodan a esperar una sulipanta. La hora de la comida es la más pesada casi todos los días. A partir del miércoles por la tarde comienza el trabajo pesado. Todos los cuartos se saturan y se van desocupando cada hora y media aproximadamente. En cuanto se desocupa un cuarto llama la gerente en turno y salimos con nuestro carrito de servicio: escoba, trapeador, sacudidor, cubeta, estropajo, espátula, un cambio de sábanas, un rollo de papel, aromatizante, cuatro toallas grandes, 2 jabones chiquitos "Rosa Venus", cerillos del hotel, un preservativo y pastillas de menta. Trabajé en hoteles donde se les daba una tendidita a las sábanas y se abrían las cortinas para orear los humos de las agitaciones de los convivientes. Las botellas de agua se tenían que limpiar cuidadosamente y rellenar con agua directamente de la llave. Al principio me resistí, pero vale más tener la barriga llena. En otros hoteles son obsesivos con la pulcritud, cuando entré la coordinadora entraba al cuarto con una lupa y se fijaba detalladamente en el piso y en todas las esquinas buscando vellos púbicos. Me convertí en experta en buscarlos y analizarlos, uno cree que todos son negros con forma de tirabuzón, pero hay de todos los tonos de gris hasta el blanco y los muy extraños rojos y amarillos.

Una tarde entró un hombre al cuarto 18, yo estaba colocando las toallas en su lugar, me miró muy serio, alcancé a decirle que ya había terminado y me salí. Siempre me imaginé cómo sería que hacen el amor, que posiciones agarran y cuánto duran; o que cara ponen cuando no pueden, debe dar mucha vergüenza, una como mujer nomás se deja llevar y pone cara de pujido, y pega gemiditos o gritos depende cuánto le guste el teatro. Entré al cuatro de al lado, el tipo hablaba por teléfono y se escuchaba su conversación pero no comprendía lo que decía. El marrano que que desocupó la habitación dejó el preservativo sobre el lavabo y se chorrearon todas sus porquerías, en una de esas estaba enfermo de algo porque traía sanguaza. Terminé de arreglar y me pasé al siguiente cuarto. Los muebles de todos los cuartos estàn laqueados tipo chino y se manchan con cualquier cosita. Con frecuencia limpio con el trapo la silueta de las nalgas de alguien que se sentó o sentaron sobre el mueble, las marcas son tan claras que parecen fotografías.

Salgo del cuarto y paso por la 18, me llama el inquilino. Me asomo para ver que le falta y me cierra la puerta. Quiere privacidad. Se me queda mirando igual de serio que cuando llegó y me pregunta ¿Cuánto?. ¿Cuánto que? ¿Yo? Pero si yo estoy de afanadora no porque me guste la friega. Soy gordita, pechugona, y bueno, no me rasuro las piernas porque se me escozen horrible. ¿Yo? ¿Por que no? me responde...se pone de rodillas frente a mí y me recorre los vellitos de las piernas con sus nudilllos. Se me quiere salir el corazón entre el susto y la emoción. Mi cabeza está desconectada del cuerpo. Lo alejo con las manos, pero mi cuerpo se le encima. Me baja los calzones debajo del uniforme gris y me sigue recorriendo. Me van a correr, transpiro. Gano dos mil pesos al mes por ocho horas de trabajo incluídos sábados y domingos. ¿Y me irá a pagar? ¿Que tal si no? ¿Y si me pega algo? Que pena, ni se como se llama. Me tiene de espaldas sobre la cama y comienza su vaivén.

Ochocientos pesos. Es una semana de trabajo pagada en 30 minutos. Desde entonces dejé de trabajar en ese hotel y me dedico a la calle. De vez en cuando me sigue llamando mi "padrino" y con gusto le regalo mi servicio para agradecerle. Se que hay para todos los gustos, sólo me arrepiento de una cosa. De no haberme dado cuenta antes.

2 comentarios:

Geraldina GV dijo...

genial.

Antígona la de Sófocles dijo...

Quién eres y por qué diantres no escribes más seguido, ¿eh?
Tu blog me encontró, persona, pero se acaba muy rápido.
Saludos!