miércoles, 5 de marzo de 2008

Siempre en mi mente

¿Sabes? Yo era una persona normal, como todas. Salía de mi casa al trabajo todos los días, sobrevivía mi pequeño infierno laboral y regresaba a mi casa a desgastar el control remoto. Soportaba las miradas furtivas de mi pareja que siempre buscaba la manera de encontrarme algo. Tenía la certeza absoluta de que la engañaba. Alguna vez me hizo desvestir y olisqueó todo mi cuerpo, todo, buscando alguna nota diferente a mi olor personal, que después de 12 horas de trabajo y dos de tráfico era poco menos que deseable. ¿Por qué nunca la deje? Simplemente me daba flojera cambiarme de casa y sufrir las penas de encontrar un rincón para consumir mis frustraciones. Estaba muy hecho a mi vida, y no estaba dispuesto a cambiar.

Te conozco desde hace ¿15 años? si te he de ser sincero, nunca me llamaste la atención. Te convertiste en un personaje habitual en mi rutina al verte salir todas las mañanas a dejar a tus tres hijos a la escuela. Me parecías gorda y descuidada. Pero, ¡Còmo es la vida! ¿Verdad? No sé si ayudarte con la llanta aquella mañana fue para mi algo bueno o malo. Me insististe en que pasara a tu casa a lavarme las manos ¿Para qué? Vivo en la casa de junto y de paso me cambio la camisa manchada de aceite. Te tomaste por la espalda e hiciste conmigo cosas que sólo recuerdo de películas que me incendiaron en la adolescencia. Esa noche, te apareciste de nuevo, y exprimiste nuevamente mi aliento hasta dejarme exánime. Mi pobrecita hubiera encontrado cualquier cantidad de florituras aromáticas si esa noche se le antojara pasarme por la aduana. Estaba dormida, y se conformó sin saberlo con un beso de Judas.

Estoy seguro que algo se rompió dentro de mí. No podía quitar tu feo cuerpo de mi mente, estaba plenamente consciente, absolutamente seguro que me eras repulsiva. Pero las cosas que me hacías, literalmente me hacían sentir vivo, pleno, emocionado, llegué a sentir cosas que no puedo nombrar, y eso con nadie nunca me sucedió. Te ví diferente y tus redondeces, tus vellos, tu bigote, tus dientes despostillados amarillos, lo escribo y no lo creo. No creo haber sostenido una plática de más de cinco minutos contigo, y sin embargo, me hiciste conversar con Dios. Empece a salir muy temprano disque a correr para sumirme entre tus senos flácidos, que se convirtieron ante mis ojos en la apoteosis de la belleza y sensualidad. Me salía de la oficina con cualquier pretexto para embestir tus entrañas y golpear la pared vecina, que era dos veces mía.

En la oficina mis ausencias eran cada vez más prolongadas, buscaba cualquier momento para citarte en el 101 de aquel hotel de Tlalpan, y cada vez acudías, y me sometías plenamente a tu voluntad, a tu sombría, burda, bizarra y a su vez delicada desnudez. No pasaban cinco minutos de haberte dejado cuando te envíaba mensajes para que supieras cuánto te deseaba, cuánto te extrañaba. Entraba a los baños públicos de Santa María la Ribera una cuadra antes de la oficina, a desembarazarme de tu jugos, que aunque desagradables, se habían transformado en un elixir de vida.

En unos pocos días te apoderaste por completo de mi voluntad. A tu sola llamada estaría donde fuera sin chistar, dejando oficina, casa o hijos. Con la sola posibilidad de tocarte otra vez era capaz de sacrificar absolutamente cualquier cosa. Dejé el trabajo, o más bien me dejaron ir a buscar mis horizontes, como me dijeron. Pero no importa, no ganaba mal podía mantener mi nivel de vida algunos años, sin que nadie se diera cuenta. Tendría más tiempo para tí, mi amor.

Era claro, clarísimo que en casa todo estaba de cabeza, estaba totalmente ausente física y mentalmente. La aduana era cada vez más estricta, hasta que intentaró forzarme a cumplirle después de estar una tarde contigo, era simplemente imposible levantar la mirada y afrontar la espera. Esa tarde me dejaste marcas en los musclos en las ingles y en las nalgas, era evidente. Deje la casa con lo que cabía entre mis manos y me fui a refugiar al 101. Al fin solo, yo para tí, para siempre, al menos eso creí.

Apenas me acomodaba en mi radiante felicidad cuando, me recibiste con un "mañana regresa mi marido" Curioso, pensé que estabas separada, o eras viuda o cualquier cosa menos que tu marido estuviera de viaje.
-Ya no te puedo ver más.
No hay forma de describir lo negro del negro que ví cuando recibía tu noticia. No hay forma que nadie comprenda el derrumbe emocional que reventó mi cabeza. No hay dolor tan grande, tan profundo y tan constante que se haya sentido en toda la historia de la humanidad. Y creeme que no exagero.

Y me dejaste así, en nuestro amado 101, sobre la cama, sobre el lecho frío sin estrenar, con la mirada hundida en el papel tapiz, con las manos temblorosas y con la rabia contenida en las venas de mis manos. No más. No más de tí, de tus llamadas, de nuestros encuentros furtivos, de tus dientes escasos y de sus marcas en mi piel. No más de tus tardes sobre mi cuerpo derramando tus efluvios que me hacían sentir vivo una, y otra y otra vez. Me dieron ganas de hacerte algo, sinceramente.

El alcohol es buen consejero ¿sabes? me habla al oído, mientras me encierro en el 101
pensando en tí. Es increíble la cantidad de cosas que me recuerdan a tí. Toda, toda la música lleva algo de nuestro, en la calle, por donde camino, hay algo de tí. No puedo estar sin verte aunque sea de lejos salir en las mañanas, y luego en las tardes, de paso he seguido a tu marido, ya se tantas cosas de él, que hasta tu te sorprenderías. Y, sí, también te es infiel.Además es infiel mañanero, comienza el día con mucha energía, con tu hermana. Tengo fotos de ellos ¿sabes? y parece que nuestro hotel es muy popular, menos el 101, que es nuestro y nunca lo voy a desocupar.

Como dije al principio, siempre me consideré una persona normal, diligente y observador de las normas del comportamiento social. ¡Que elevado! ¿has probado la coca? seguro que no, cuando la mezclo con alcohol me hace pensar cosas que me alarmaron en un principio, después vi con recelo y al final, me parecieron prudentes, coherentes y hasta, se podría decir indispensables.

Fue una pena lo de tu marido, te lo digo de corazón. Ya no se si haberle deseado la muerte a ese hombre se quedó sólo en la esfera del pensamiento, lo ví en el periódico por la mañana después de tres días de borrachera, de la que me acuerdo muy poco, sólo que en mi cuenta hay treinta mil pesos menos.

Sigo pensando en tí a cada momento, como dice Juan Gabriel "siempre en mi mente" Estaba seguro que estarías dispuesta a ir al fin del mundo por mi amor, como lo hice yo por tí. Si, ahora se que yo pagué por su muerte, pero te juro que no lo recuerdo, no importa. Lo que me pesa es cargar con la tuya. Entiende que no te podía dejar ir, y te abracé contra mi pecho con tanto amor por tanto tiempo, que no me percate que no te dejaba respirar, creo. Te escribo esto desde la celda 101 del Reclusorio Norte, y sabes, a veces viene mi pareja que es al fin la madre de mis hijos a la visita conyugal, y durante esa hora te hago el amor con toda mi fuerza. Epero que donde estés, también pienses en mí.

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